Hoy hablaremos de las miradas.

Cuando empezamos a coger la cámara y hacer nuestras primeras fotos, pues de repente nos encontramos con muchos que no tienen otra cosa que decir “fotaza”.
Uffff…..
Lo que ocurre es esas palabras y omnipresentes palmaditas a lo único que llevan es a agudísimos ataques de narcisismo y nos posicionan en el pedestal de “pedazo fotógrafo”. Estamos tan ensimismados y concentrados creando nuestro encuadres que parece que no existe el mundo exterior. Eso es, hace treinta años era mucho más peligroso, ya que no se editaban tantos libros y no había tanta omnipresencia de la imagen como hoy. Y en el mundo de hoy tenemos los altares de admiración de creaciones ajenas, que son redes sociales como Facebook e Instagram. A veces hasta duelen las muelas viendo como semejante foto puede tener tantos “likes”. Ah claro, eso también viene con ciertos personajes, bastan morritos, el culo en pompa y somos influencers… Efectivamente, las redes sociales tipo Pinterest pueden y son una gran fuente de inspiración, pero para eso también hay que tener la retina un poco curtida.

Cuando vamos haciendo y haciendo creando y creando, a veces tiene que llegar el momento de parar y pensar. ¿Qué hago y qué creo? ¿Tiene esto algún sentido? Por mucha palmadita de los que no saben interpretar una imagen, por mucho comentario “fotaza” nuestras fotos pueden resultar unas absolutas patrañas.
En este momento hay que dejar de mirarse el ombligo y quizás empezar a estudiar lo que han hecho otros. No para compararnos, porque siempre habrá gente mejor y gente peor. Salvo que veamos que solo hay mejores, pues igual llegaría el momento de colgar la cámara y dedicarse a cualquiera de las profesiones tan bonitas que abundan por el mundo. Aquí aparece nuestra mirada.

La mirada puede ser profunda, puede ser fugaz, puede ser ácida o llena de amor. La nuestra será de una manera, la nuestra particular. Abramos los libros. Miremos como la hacen los demás. Empapémonos de la visión de los demás, busquemos el por qué y el cómo. Tenemos que bombardear nuestra retina con imágenes. Buenas y malas, para poder distinguir.
Con tiempo aflorarán, procesadas por otra vivencias, pulidas por el tiempo y nuestra propia investigación.

Pero eso, hay que dejar el ombligo. Allí estará y de allí no se irá.

Luego hay imágenes que no se borran, que se quedan allí para siempre.

Como ésta, de Ramón Masats, del año 1959. Si ráfagas, sin autofocus, sin photoshop. Ves eso y te das cuenta que tanto, tantísimo te falta.